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Nadia Koval - Sergei Prokofiev

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Prokofiev emprendió su viaje el 1 de junio de 1914 y el 9 de junio llegó a Londres, llevando con él una carta de recomendación para Otto Kling, firmada por su profesor Nikolai Tcherepnín. Kling era el director de una importante tienda musical y un gran admirador de la música rusa. Él le ofreció a Prokofiev un cuarto para los estudios en su tienda. En este, en diferentes momentos, trabajaron Skriabin, Rachmáninov y otros compositores rusos.

El encuentro con Diaghilev, que Sergei había esperado tanto tiempo, tuvo lugar una semana más tarde. Prokofiev escribió en su Diario que en el momento de la reunión en el teatro después de la presentación de Le Rossignol de Stravinski, el empresario le extendió su mano en un guante blanco y le dijo que estaba muy contento de verlo y que le gustaría que el joven compositor asistiera a sus espectáculos. Además agregó que quería conocer su música. Más adelante Walter Nouvel (amigo y colaborador de Diaghilev) le comunicó a Prokofiev que Diaghilev quería pedirle que compusiese la música para un ballet nuevo. Con esta noticia, Prokofiev sintió que su objetivo se había logrado. Su próximo encuentro tuvo lugar el 3 de julio. A la hora señalada, Prokofiev y Nouvel llegaron a un restaurante y más tarde se les unieron Diaghilev con un joven bailarín, Leonid Massine, que recién había debutado con el papel principal en La Légende de Joseph. Diaghilev comenzó la charla hablando de las nuevas tendencias en el ballet moderno. Prokofiev se mostraba desinteresado y quería cambiar el tema de conversación hacia la ópera, particularmente hacia su proyecto sobre el texto El Jugador de Dostoievski. Pero Diaghilev insistía en su convencimiento de que la ópera, como género musical, se había quedado en el pasado, y que el ballet, a su vez, estaba floreciendo. Después del almuerzo el grupo se trasladó a la tienda de Kling, donde Prokofiev tocó para Diaghilev algunas de sus obras: la Segunda Sonata para piano, fragmentos de la ópera Maddalena y el Concierto Nº 2 para Piano. Prokofiev recordaba que el concierto lo había llevado a Diaghilev al éxtasis, y el empresario exclamó: «Ahora tenemos que empezar a comer de nuevo», que según lo interpretó el compositor, había sonado como «ahora sé de qué hablar con usted». En sus próximos encuentros, Diaghilev expresó la idea de usar la música del Segundo Concierto para el ballet.

El 14 de julio, Diaghilev le introdujo a Prokofiev a su conductor principal Pierre Monteux. Mientras los debates sobre la participación de Prokofiev en la música para las futuras temporadas de la compañía se encontraban en desarrollo, Monteux lo invitó a participar en sus conciertos en el Casino de París. Antes de la partida de Prokofiev a Rusia, Diaghilev le dijo que en San Petersburgo tenía que contactar a Sergei Gorodetski (en su opinión, el mejor escritor de la época) para que le prepare un texto para el futuro ballet. Al fin de cuentas, agregó que él mismo iría a Rusia en agosto. Prokofiev estaba feliz y seguro de que iba a trabajar para Diaghilev. Éste, uno de los empresarios más grandes en el ámbito musical del siglo XX, tenía un don especial para buscar y descubrir nuevos talentos. No le costó nada reconocer el talento de Sergei Prokofiev desde el primerísimo momento en que lo escuchó tocar el piano. Lo mismo pasó con el descubrimiento de Igor Stravinski. Le bastó escuchar su Scherzo fantastique a principios del 1909. Pronto lo llamó para pedirle que haga la orquestación de dos piezas de Chopin para la próxima presentación de Les Sylphides y, más tarde, para que compusiese ĹOiseau de feu para la temporada de 1910 de su Compañía. Mientras Prokofiev se encontraba en Londres, Diaghilev le facilitaba la entrada a todos los espectáculos de los Ballets Rusos. Gracias a esto, Prokofiev pudo ver y escuchar muchos de ellos, como Dafnis y Cloe de Maurice Ravel y los dos ballets de Stravinski, El Pájaro de Fuego y Petrushka. Le gustó la energía, la vitalidad y la excentricidad de las obras, pero le pareció que les faltaba un real material temático. Aunque también suponía que tal vez lo mismo les pasaba a los que escuchaban por primera vez sus propias obras.

Después de la estadía en Londres, que duró un mes, Prokofiev volvió a Rusia.


Me estaba llevando una gran impresión de Londres conmigo, sin mencionar el hecho de que aquí he hecho un contacto importante, pero en general me gustó mucho la ciudad y los británicos también, aunque la auto-glorificación y la auto-admiración que tenían sobre sí mismos me hacía enojar. Por eso, como venganza, todo el tiempo elogiaba a Rusia, sobre todo la música rusa, diciendo que esta es ahora, sin duda, la mejor y la única (…).

El inicio de la Primera Guerra Mundial

El 1 de agosto de 1914, Alemania le declaró la Guerra a Rusia. Esperando una rápida victoria, lo mismo había hecho con Francia. El 4 de agosto Gran Bretaña se sumó a la confrontación. El evento detonante fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, el heredero a la corona austro-húngara y de su esposa, Sofia Chotek, en Sarajevo el 28 de junio de 1914, a manos del joven estudiante nacionalista serbio Gavrilo Princip. En pocas semanas, Alemania destruyó irreparablemente la imagen de ser la cuna de la moderna civilización… Muchas veces, los acontecimientos históricos que sucedieron algún tiempo atrás no representan para nosotros algo importante. Lo recordamos a través de números y datos, y rara vez tratamos de ponernos en el lugar de aquellos a los que les tocó vivir en ese momento. La generación moderna ni siquiera sabe que ésta fue la guerra que había movilizado a más de 60 millones de soldados europeos y acarreado la muerte de más de 10 millones de personas.

Es difícil imaginar con convicción cómo se sentía con estos acontecimientos nuestro héroe, que había crecido con la música alemana. En los primeros días, fue reclutado en el ejército su amigo Nikolai Miaskovski. El 6 de agosto de 1914, Miaskovski fue mandado de San Petersburgo a la pequeña ciudad Boróvichi del distrito de Nóvgorod. Desde allí escribía: «No siento ningún tipo de levantamiento de ánimo, ningún tipo de sentimiento patriótico. No siento nada más que desconcentración, producida por la desesperación de los alemanes (no siento asco, sólo perplejidad). Sólo ahora me doy cuenta de que el arte, principalmente la música, está absolutamente libre de nacionalidad y nacionalismo. Al final sólo cambia el color, pero la esencia vuela mucho más arriba de todos los países como Alemania, Francia, Rusia, etc.».

Los representantes de la cultura en Alemania vieron el desarrollo de la guerra de forma diferente. «¡La guerra! —escribió Thomas Mann en noviembre de 1914‒. Nos sentimos purificados, liberados. Sentimos una enorme esperanza.» Muchos artistas se regocijaron cuando empezó la guerra. Schönberg había caído en lo que más tarde llamarían «psicosis de guerra». En una carta a Mahler, hablando de los franceses, Schönberg, en agosto de 1914, escribió: «¡Ahora viene el juicio! Ahora nosotros detendremos a estos traficantes del mediocre kitsch, y les enseñaremos a venerar el espíritu alemán y adorar al Dios de Alemania».

Igor Vishnevetski, en su narrativa documental sobre Prokofiev, escribió algo terrible a primera vista: «Si Schönberg, Webern y Berg no hubiesen tenido limitaciones físicas, gracias a las cuales los tres quedaron fuera de las acciones militares, ellos hubiesen podido encontrarse en el campo de batalla con Prokofiev». Pero si tenemos en cuenta que en nuestra vida tantas veces suceden cosas inexplicables, podemos imaginarnos que esto también podía suceder. Schönberg había terminado la compañía militar tocando en una orquesta militar. Webern, extremadamente miope, fue inscrito a un batallón de reserva en las tropas de las montañas de Carintia. Y Berg, a fines de 1915, habiendo cumplido un mes de preparación en el campo de entrenamiento, sufrió una caída psicológica y fue hospitalizado. A Prokofiev no lo podían reclutar en el ejército por ser hijo único de una viuda.

El desastre de la guerra se llevó la vida de varios compositores significativos. Entre ellos se encontraba Albéric Magnard, a quien llamaban «el Bruckner francés». En 1914, al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Magnard había enviado a su esposa y sus dos hijas a un escondite, mientras que él se había quedado protegiendo el patrimonio de Manoir de Fontaines en Baron. Cuando entraron los soldados alemanes, él les disparó, matando a uno de ellos; éstos respondieron con muchos disparos, dejando la casa en llamas. Se cree que Magnard murió en el fuego, pero su cuerpo no pudo ser identificado entre los restos. El incendio destruyó las obras no publicadas de Magnard, tales como la partitura de su ópera Yolande, la partitura orquestal de Guercoeur (la reducción para piano fue publicada más tarde) y un ciclo de las canciones.

España perdió al refinado compositor catalán Enrique Granados, famoso en todo el mundo por Goyescas, su obra para piano inspirada en los cuadros de Goya y estrenada en Barcelona el 11 de marzo de 1911. En 1916 había sido adaptada y transformada en la ópera Goyescas. Ese mismo año la obra se presentó en la Ópera Metropolitana de Nueva York. Para tal acontecimiento, Granados y su esposa Amparo se tuvieron que trasladar a Estados Unidos, donde el compositor tuvo la ocasión de ofrecer un concierto en la Casa Blanca ante el presidente Wilson. Al regresar a Barcelona vía Londres, el barco en el que viajaban, el vapor británico Sussex, fue torpedeado por el submarino alemán SM UB 29 el 24 de marzo de 1916 cuando atravesaba el Canal de la Mancha. Aparentemente, lo habían confundido con un barco minador. A pesar del reinante caos, Granados en un principio consiguió ponerse a salvo en uno de los botes salvavidas del Sussex. Sin embargo, pocos minutos después divisó a su esposa entre las olas a cierta distancia del bote y saltó al agua en un desesperado intento para salvarla. Desgraciadamente, su sacrificio fue inútil, y ambos perecieron ahogados.

Inglaterra perdió a George Butterworth, quien trabajó al lado de compositores como Percy Grainger, Gustav Holst y Ralph Vaughan Williams, y fue conocido principalmente por sus arreglos musicales de los poemas de Alfred Edward Housman. Butterworth se alistó al estallar la Primera Guerra Mundial y fue asesinado por un francotirador en 1916, en la batalla de Pozières.

Desde los primeros días de la guerra, en San Petersburgo bruscamente crecieron los sentimientos anti-germánicos. En la Plaza de San Isaac fue derrumbado el edificio de la Embajada de Alemania. Los manifestantes quemaban los edificios de las empresas y almacenes alemanes. Se oían muchas amenazas contra la emperatriz Alejandra Fiódorovna, la ex princesa alemana. Las actuaciones anti-germánicos no podían no reflejarse en la política. La más notable manifestación que se produjo fue para cambiar el nombre de la capital de Rusia. Muchos pensaban que «San Petersburgo» sonaba demasiado alemán y la cambiaron a lo que parecía ser más ruso, «Petrogrado». El 18 de agosto de 1914, salió un decreto en el cual se decía: el Emperador se ha dignado a mandar a llamar a San Petersburgo – Petrogrado.

El comienzo del trabajo con Diaghilev

Prokofiev se encontraba en Petrogrado luego de haber vuelto del extranjero y desde allí le escribió a Miaskovski contándole que estaba planeando componer una muy complicada música para su primer ballet. Con el poeta Sergei Gorodetski, quien tenía que escribir el libreto para este, Prokofiev se vio el 17 de julio de 1914. Durante la charla Prokofiev le explicó sus ideas sobre la futura composición: 1. Tiene que representar algo de la vida rusa; 2. Debe ser dramático o de buen humor y no algo indeterminado, es decir, que sea agua hirviente o hielo, no agua tibia; 3. Debe ser conciso y con un rápido desarrollo del sujeto; 4. No tiene que tener momentos sin acción; 5. Debe consistir en cinco o seis partes, para un total de media hora». A Gorodetski le gustó la propuesta y le prometió al compositor que enviaría sus esbozos lo más rápido posible.

A finales del mes de julio, Prokofiev y su madre se marcharon a Kislovodsk10 para descansar y estar más lejos de lo que les pudiera hacer acordar a la cercanía de la guerra. Por las mañanas Prokofiev dedicaba su tiempo a su Sinfonietta y las tardes las pasaba junto con Nina Meshcherskaia, hacia quien experimentaba sentimientos muy tiernos. Al volver a Petrogrado, en septiembre y octubre, siguió trabajando en El Patito feo, el ciclo de canciones basadas en el famoso cuento de Hans Christian Andersen, que le había sugerido Nina. Mientras María Grigórievna ayudaba a los médicos del Hospital Aleksandrovski con los heridos desmovilizados desde el frente, Prokofiev se sentía avergonzado de que estaba en casa componiendo música. Comentaba en su Diario: «Por supuesto, es un egoísmo imperdonable el estar sentado sin hacer nada cuando la gente se está muriendo. (…). ¡Qué diabólico absurdo es la guerra, y con qué absurda seriedad se hace este absurdo!». Además estaba muy preocupado por varios de sus amigos y conocidos que se encontraban en el frente, entre ellos su querido Miaskovski.

El 8 de octubre Nuvel, colaborador de Diaghilev, llegó a la casa de Prokofiev para preguntarle acerca del avance con el ballet. Prokofiev le contestó al representante del empresario que todavía no tenía ninguna novedad del libretista (Gorodetski no se apuraba con el texto) y en su propia defensa agregó que pensaba que en época de guerra, en París y en Londres había pocos interesados en el ballet. Nuvel expuso que era cierto que los Ballets Rusos pronto se dirigirían a los Estados Unidos, pero que Diaghilev estaba esperando la música de Prokofiev. Después de la visita, Prokofiev comenzó a buscar con apremio a Gorodetski e insistir sobre una reunión con él. Al momento del encuentro, los autores le atribuyeron a la obra el nombre de Ala y Lolli, aunque el libreto ofrecido por el poeta no le gustó suficientemente a Prokofiev y tuvo que proponer sus propias ideas para el texto. Luego de una semana llegó otro telegrama de Diaghilev donde le preguntaba a Prokofiev si podía viajar a Roma y traerle el clavier del ballet y de paso tocar su Concierto Nº 2 para Piano. La invitación de viajar a Italia le gustó muchísimo al joven compositor y tomó la decisión de terminar el ballet con una velocidad récord de 5—6 semanas.


Serge Lifar con Diaghilev a su derecha, Boris Kochno a su izquierda y miembros de la compañía Ballets Rusos. Llegada a Liverpool durante una gira, diciembre de 1928


El camino hacia Italia lo emprendió el 1 de febrero de 1915. El viaje duró dos semanas y se complicó por el temor de contraer tifus en las estaciones que estaban llenas de soldados y heridos; por las interminables veces de tener que subir y bajar de los trenes y los barcos; y por traspasar las numerosas fronteras. Después de atravesar Ucrania, Moldavia, Romania, Bulgaria, Serbia y Grecia, el 18 de febrero Prokofiev por fin llegó a Roma. Con Diaghilev se encontró en el Grand Hôtel, donde el empresario ocupaba varias habitaciones.

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